diumenge, 4 de novembre del 2012

Júlia y yo: nuestra despedida

Me desperté la mañana del miércoles 7 se septiembre bastante cansada. Había dormido fatal: unos pinchazos en los riñones de vez en cuando y un sueño en el que paría a una niña prematura (quizás el capítulo de Grey's Anatomy que vi el día anterior había dejado huella). Decidí ir a trabajar y ya volvería si me encontraba mal.

En la escalera me encuentro a la vecina.
- ¿Estás embarazada?, me pregunta.
- Sí. No había dicho nada porque tuve algunas pérdidas al principio, pero estoy bien. Hoy estoy algo cansada, pero todo va bien. Mañana sabremos el sexo

Ya en el trabajo tuve un par de pinchazos más: un dolor en la parte baja del vientre que acababa en los riñones. ¿Serán contracciones? ¿Cómo saberlo cuando una es primeriza? Mejor ir a urgencias a que me miren. Recuerdo un gran pinchazo de esos conduciendo el coche de vuelta a casa. Recuerdo exactamente por donde pasaba en ese momento. Algún día, al pasar por allí, me sigue viniendo el recuerdo.

Estaba tan asustada que fui a buscar a mi madre para que me acompañara al centro de salud. Había ido unos días antes con una muestra de un flujo extraño y abundante (que más tarde supe que era el tapón mucoso). Aunque no le dieron mayor importancia, me hicieron un cultivo, por si acaso.

La matrona me recibe, me mira, escuchamos el corazón... Parece que todo bien. Para mi tranquilidad, decido ir al hospital. Nada más recibirme me mandan hacer un análisis de orina. Justamente acababa de ir al baño, así que primero me ve la ginecóloga.

Son las 13.00. Tumbada en la camilla, veo como cambian sus caras cuando empieza a explorarme: tengo el cuello del útero borrado, parece que estoy de parto, Le digo a la ginecóloga, como si ella no lo supiera, que un bebé de 20 semanas no puede vivir fuera del útero. Me manda a la sala de las correas y en un rato vendrá a hablar conmigo.

Intento estar tranquila. Siguen los pinchazos, cada media hora, más o menos. Ni siquiera saben muy bien dónde colocarme las correas: el útero está aún bajo, sólo son 20 semanas... La ginecóloga viene a hablar con nosotras. No sé que le he contado antes pero intuye que sé un poco de qué va todo esto. Me dejaran ingresada, en reposo absoluto, para ver cómo evoluciono. Dicen que es difícil llegar a término con la dilatación que tengo, pero que iremos mirando paso a paso. Mi madre tiene cara de preocupación. Imagino que ha hablado también con la ginecóloga y que no han sido nada optimistas con ella. Aunque estoy muy asustada quiero pensar que todo puede ir bien.

Ya en la habitación aviso al papá para que venga, no quiero alarmarle. Las contracciones siguen, a veces son 10 minutos, a veces son 40. Yo intento moverme lo menos posible, pero el dolor es insoportable. Aunque pienso que lo que dolía con cada contracción es que me iban alejando más de mi bebé.

Nos han dejado una habitación para nosotros solos. Está toda la familia. Necesito levantarme mucho al servicio. Me siento culpable al hacerlo, tendría que estar en reposo absoluto, pero necesito ir al baño y allí el dolor es más soportable.

Me tumbo finalmente en la cama. El papá pone su mano en vientre, ese calor es lo único que me calma, siempre me ha calmado. Me duermo. Me despierta otra contracción, La cara del papá se transforma. Está a mi lado, con el portátil, buscando información. ¡Qué impotencia la suya! Le pregunto si quiere asistir al parto, si todo va mal. El pobre no sabe qué hacer. Él imaginaba asistir, pero en un parto alegre y feliz, en el que conocer a un hijo al que criar.

Por la tarde ya no puedo más. Me suben al paritorio. Al explorarme la bolsa se rompe, dejando un olor hediondo. Hay infección: vía y antibióticos. Siguen las contracciones y una enfermera se pone a mi lado y me coge de la mano. Ha llegado la hora del parto. Me preguntan qué quiero hacer. No me creo lo que está pasando. Sé que pedí no tener dolor y que no quería ver al bebé. ¡Cuánto me arrepiento ahora!.

Me preguntan si quiero estar acompañada. Yo no sabía que hacer. Mi madre o mi pareja, lo que ellos quieran. Recuerdo que alguien me dijo; No, lo que tú quieras. La enfermera sale y entra al rato con mi madre.

A partir de este momento todo está borroso. Recuerdo que en un momento dado me levanté de la cama diciendo que no quería hacer eso, que lo hiciera otra por mí. Había perdido la cabeza. Me levanté y me mareé. En medio de todo el caos tenemos un momento gracioso, de chiste. Mi madre abanicándome con algún objeto (revista o algo así). Me pregunta si me alivia y yo gritando: No vull que me ventin! (no quiero que me abaniquen). La enfermera entra con un abanico grande y mi madre diciendo: No, no quiere que la "venten". Al final en las situaciones más dolorosas, encuentras de qué reírte.

Me ponen un calmante en la vía del que no siento efecto. Estoy tan nerviosa que el personal médico decide dejarnos solas. Recuerdo la cara de preocupación de mi madre. ¡Qué difícil debe ser para ella! Noto algo bajando, mi madre sale a buscar a la matrona y al papá. Efectivamente, está saliendo.

Con la contracción empujo con todas mis fuerzas. Siento la cabeza y el cuerpo que salen de mi. Siento un gran alivio. Pregunto por el sexo: es una niña. Me sorprendo. Alguien empuja la puerta, creo que es el papá y grito: no quiero verla, no quiero que nadie la vea. La enfermera cierra la puerta. Parece que están cortando el cordón. Alguien del personal coge un paquetito envuelto en un empapador y se lo lleva. Es mi hija.

El papá entra con cara de asustado. Ya pasó. Tengo que alumbrar la placenta. Se pone a mi lado, mirando a la pared mientras me toma de la mano. Intento tranquilizarle: ya estoy bien, no me duele. Las enfermeras insisten en que se siente, les dice que no sin mirarlas, no para de llorar. La placenta sale.

Todo ha acabado... o acaba de empezar.

Yo me siento en una nube, tengo mucha pena pero estoy pletórica. ¿Serán las hormonas? La ginecóloga y la matrona me dicen cuánto lo sienten, con cara de sentirlo de verdad, y me explican algo que no recuerdo. No paro de darles las gracias. Me cambian de habitación, lejos de maternidad. Lo agradezco de nuevo. Allí me espera toda la familia. Todos se sorprenden al saber que era una niña, incluso nos... ¿alivia? No sé por qué, si no teníamos preferencias.

El papá sale al patio. No para de llorar. está desconsolado. Yo estoy muerta de hambre. Son casi las once de la noche y llevo sin comer nada desde el desayuno. Pido un bocadillo de jamón (los caprichos que no se pueden durante el embarazo) que me trae mi padre. Me traen antibiótico y unas pastillas. Son para evitar la subida de la leche. Ni siquiera había pensado en ello. Sólo son 20 semanas...

El papá está desolado y prefiero que se vaya a casa. Mi madre se queda conmigo. Agradezco no compartir habitación. No dormimos mucho, lloramos y hablamos, reímos incluso. No puedo olvidar a una chica embarazada, muy joven, que paseaba por el patio, intentando ayudar a su cuerpo a dilatar. Esa imagen me produce ternura y algo parecido a la rabia, todo a la vez.

Al días siguiente me miran. Está todo bien y no hace falta legrado. El papá llega. Está más tranquilo. Me alegro de ver que le ha ido bien alejarse de todo esta noche. Unas horas más y me dan el alta, con un montón de medicación. Tengo muchas ganas de llegar a casa, aunque una vez allí me siento rara. Necesito que todos sepan lo que ha pasado, siento que voy a desfallecer como alguien me pregunte por el embarazo. La familia, amigos y conocidos son muy respetuosos. Mandan mensajes pero se abstienen de visitas y llamadas. Las pocas que recibimos se encarga el papá de contestarlas. Pobre...

El papá me propone abrir una botella de vino, el que nos gusta, y brindar por nuestra pequeña, que nos dio casi 5 meses de alegría. Me emociono tanto... Es nuestro pequeño ritual y me permito unos sorbitos, a pesar de la medicación que estoy tomando. Agradezco que su jefe le haya dado unos días libres. ¿Por qué no se tendrá en cuenta que los hombres necesitan una baja? También ha perdido a su hija.

Los días que siguen son extraños. Sentada en el sofá noto algo en mi vientre. ¡La niña se ha movido! Pero vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que ha sido un retortijón del útero que va volviendo a su sitio. Lo mismo me pasa con el sangrado. No puedo evitar asustarme cada vez que voy al baño. Tengo que recordarme que ya no estoy embarazada.

Busco y busco en libros, en la red: corioamnionitis. En el fondo debería agradecer que mi cuerpo hiciera su trabajo y provocara el parto. La infección podría haber sido terrible para mí también. No sé si eso me consuela o no.

Acaba el fin de semana y el papá tiene que volver a trabajar. Me paso el día delante del ordenador, buscando qué pudo haber pasado. Lloro, grito y me desespero. Me acaricio el vientre, desconsolada: Yo la quería, yo la quería aquí dentro. La ansiedad se apodera de mí. No he visto a mi hija. ¿Cómo era?  Me arrepiento de no haberlo hecho, necesito hacerme a una idea. Busco imágenes de fetos de 20 semanas, pero todo me parece desagradable. Quizás hice bien... Pero la ansiedad continúa. No tengo ni una ecografía, mi cartilla de embarazo se quedó en el hospital, pienso mil veces en recuperarla, pero por otro lado pienso si será mejor así... ¡Qué equivocada estaba!

Estoy muy débil. El antibiótico me deja hecha polvo. Tengo algo de anemia. No reconozco mi cuerpo. Mi vientre sigue abultado, pero mi hija ya no está. Es muy extraño.

Poco a poco me voy recuperando y empiezo a hacer "vida normal". Me hago a la idea de que no he perdido nada, más que la ilusión de tener un hijo. Me refugio en pensar en mi próxima maternidad. Pero la ansiedad continua. Algo no está bien.

Al mes nos dan los resultados de la autopsia: ha sido mala suerte, no tiene por qué volver a ocurrir. La ginecóloga es la misma que me atendió al llegar a urgencias. Me dice cuánto lo siente y le sorprende verme tan animada. Me dice que después de una regla podemos volver a intentarlo, si queremos. A mí me preocupa mi SOP, pero me dice que por eso mismo, ahora es un buen momento.

A partir de entonces mi única ilusión es que me venga la regla para poder intentarlo de nuevo. Llega a los 39 días del parto. Ahí empiezo a obsesionarme. La ansiedad continua. La segunda regla no llega: estoy embarazada de nuevo. Quiero hacer borrón y cuenta nueva. Tiro a la basura los poquitos recuerdos que me quedan de mi hija mayor. Pero no consigo olvidarla...

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada