diumenge, 4 de novembre del 2012

Aina y yo: nuestra despedida

Martes 6 de marzo. Llevo toda la semana muy nerviosa. El viernes tenemos la eco de las 20 semanas, no llegamos a ella en el embarazo anterior. Además han puesto de nuevo el capítulo de Anatomía de Grey en el que nace la niña prematura; no he querido/podido verlo. Esta noche he tenido un sueño muy raro: en una consulta a la matrona, en casa de mi padre, me dicen que es una niña. A ratos la tengo en brazos y a otros está en mi vientre. Me siento rara...

Voy a trabajar. Los martes salgo tarde y cansada. De camino al coche un pinchazo en el vientre que no me deja andar, como el de la semana pasada. No se asemejan a las contracciones que tuve en el embarazo anterior y sólo me ha pasado dos veces. En urgencias dijeron que era muscular, no tenía infección, pero sin eco no acabo de estar tranquila. Yo me encuentro bien...

Al llegar a casa voy al baño y me encuentro una mancha de sangre. Empiezo a ponerme muy nerviosa. Nos vamos a urgencias. Mientras esperamos a que nos atiendan no puedo parar quieta. Oigo una especie de ¡plof! y siento una gran cantidad de líquido caliente entre las piernas. He roto la bolsa y me doy cuenta de que voy a perder a mi bebé.

El papá llama al timbre de ginecología y nos dejan pasar. Estoy chorreando y en shock, no puedo creer lo que está pasando. No puedo parar de andar arriba y abajo. La enfermera me dice: tranquila... Tengo ganas de gritarle, pero al final le explico que ya sé de que va todo esto, que perdí una niña hace 6 meses. Me repite que tranquila, que ahora me verá el ginecólogo. Odio la sensación de parsimonia que me transmite. Al final parece que se da cuenta de la situación y me ofrece cambiarme de ropa.

El ginecólogo de turno me hace una eco. Allí está mi bebé, no quiero mirar. Pone el sonido del corazón, es una tortura escucharlo sabiendo que no va a sobrevivir. El papá y yo nos miramos con cara de circunstancias. Me dan ganas de estamparle un bofetón al doctor. Nos explica de una manera algo extraña que no hay nada que hacer. Me quedaré ingresada a ver si el parto avanza.

Me bajan a la habitación. Fuera están mi madre y mi cuñada esperando. No puedo olvidar la cara de mi mamá. Por suerte siguen teniendo buenos protocolos en estos casos y puedo tener una habitación para mí sola. Es en maternidad, pero la verdad es que no me importa. Aunque creo que deberían tenerlo en cuenta. No recuerdo mucho de esa noche, sólo sé que no quería ver caras tristes, ni compadeciéndose. No sé si lloré. Creo que seguía en shock.

Al día siguiente una ginecóloga maravillosa (¡al fin!) viene a explicarnos lo que pasa. El bebé sigue con vida aunque no puede sobrevivir ya que no tiene ni gota de líquido amniótico. Tenemos tres opciones: esperar al parto, esperar a que el feto muera y provocarlo o firmar la interrupción voluntaria del embarazo. Tenemos tiempo para pensarlo. Ni me lo pienso, quiero acabar ya con todo y volver a casa. Pienso si ese bebé estará sufriendo sin líquido, como un pez fuera del agua...

Tengo hambre y sed, aunque no puedo comer ni beber por si hiciera falta un legrado. 

Horas más tarde viene otra fantástica ginecóloga a contarme el procedimiento. Dos pastillas vaginales (misoprostol); cuatro horas más tarde me pondrán otra tanda si no ha hecho efecto. Es la misma ginecóloga que me atendió en urgencias en mi primer embarazo. Me da confianza. Me dice cuánto lo siente y me gusta, porque la creo y me acaricia la pierna mientras me habla.

Son las 16.00. Estoy bastante tranquila, incluso consigo dormirme. Estoy con mi madre. El papá ha ido a casa a descansar un rato. Debo avisarle cuando empiece todo. Aunque él preferiría no tener que pasar por ello (no por no estar presente, sino porque no hubiera sucedido) quiere acompañarme en el parto. A las 18.00 empieza la primera contracción. Muevo las caderas de una lado a otro. ¡Qué alivio poder moverse! Expulso algún coágulo y con él las pastillas, prácticamente enteras. Me desanimo y pienso si esto lo hará todo más largo, pero parece que mi cuerpo sigue adelante. 

Tengo alguna contracción más y llamo al papá para que venga. Siento algo que baja por mi vagina. No es un coágulo, es más grande. Es el bebé. Llamamos a la enfermera unas cuantas veces. Finalmente viene, de mala gana. Tengo que decir, a su favor, que con los recortes van saturadas, pero aún así no son maneras. Le digo que ya he dilatado y me contesta que yo no puedo saber eso. Entonces he expulsado algo grande, le contesto yo también de mala gana. Su cara se transforma en cuanto levanta las sábanas. Ahora sí vienen las prisas: celador, enfermeras, auxiliares... ¡Para qué tanta prisa! Mi cuerpo ha hecho su trabajo. Me suben al paritorio con mi bebé entre las piernas. Es una situación muy rara.

Por suerte allá arriba están las buenas profesionales. Se presentan y me explican su función. Me alegro de que dejen pasar a mi madre y a mi pareja, aunque el protocolo diga que sólo uno. Hay parte del cuerpo fuera. Dejarán que haga el trabajo por mi misma. Me gusta sentir la confianza. Como no acabo de expulsarlo nos dejan a solas. No sé si las contracciones han parado. Toso y siento cómo el cuerpo de mi bebé sale completamente de mi cuerpo.

Llamamos al timbre e inmediatamente viene la matrona, al poco la ginecóloga. Les digo que quiero verlo. Me miran con cara extrañada, pero les explico que ya he pasado por ello una vez y sé que lo necesito. Tengo algo de miedo porque no sé que me voy a encontrar. Miro entre mis piernas y me encuentro con una carita preciosa. Es una niña. Es pequeñita, tiene la piel de un color muy oscuro, pero es perfecta. La naricita, la oreja, la boca... Me enamoro profundamente de esa niña. La he creado yo, la hemos creado nosotros. Ojalá el papá quisiera verla, pero no puede. Se mete en el baño. Pienso en cogerla en brazos, pienso en hacerle fotos, pero no estoy segura... ¿Por qué no lo diría? Cierro los ojos e intento guardar esa imagen en mi memoria.

Son las 19.30. Es miércoles 7 de marzo. Aproximadamente la misma hora, otra vez 7, otra vez miércoles. Justo medio año después.

Me gusta que la ginecóloga la coja en brazos delicadamente mientras se la lleva. Veo su manita en alto, también perfecta.

La placenta tarda en salir. Nos dejan intimidad de nuevo. Lo agradezco. La matrona viene a despedirse, acaba el turno. ¡Qué atenta! Me anima a toser de nuevo, a ver si así tenemos suerte con la placenta. Alguna contracción débil y la expulso. La ginecóloga me avisa de que va a ser molesto, pero que va a hacer algo para evitar tener que pasar por un legrado. Me pregunta si quiero un calmante pero no es necesario. Estoy con un subidón que no siento nada, sólo pienso en esa hermosa niña. Me muestra el reloj: son las ocho de la noche. Me recuerda que a esa hora tenían que ponerme la segunda tanda de prostaglandinas y yo ya he acabado. Dice que soy una campeona y además sin analgésicos. Pretende animarme y lo consigue. Anima también a mi madre, diciéndole lo valiente que es, la dificultad que supone ver sufrir a una hija. Realmente se lo agradezco.

Nos dejan intimidad de nuevo. Tenemos que esperar para hacer una ecografia. Invito al papá a tomar algo de aire. Ha sido también muy duro para él. Veo que lo agradece de verdad. Me gusta estar con mi madre a solas y poder hablar de mi princesa. No dejo de repetir lo bonita que es.

La eco confirma que estoy limpia. No hará falta legrado, ni nada. Una tanda de antibióticos por si acaso y de nuevo inhibidor de prolactina para la subida de la leche. No quiero tenerla, pero me pregunto si afectará de alguna manera a una futura lactancia... Tampoco sé que existe el plan b: donarla en caso de tenerla.

De nuevo a la habitación sin compartir. Quieren cambiarme de zona, pero no hace falta. Tampoco recuerdo esa noche. Sólo sé que pensé mucho en la carita de mi pequeña y en las ganas que tenía de volver a casa.

La vuelta al hogar siempre es rara. También volver a vestirse con ropa que ya no queda igual, que muestra una barriga incipiente pero sin bebé. Por suerte el papá no trabaja; me preocupa mucho estar sola. Me refugio otra vez en él, en nuestros perros y en el ordenador.

Y fue así como encontré SUA, como acepté que era madre, como aprendí que no podía borrar el recuerdo de mis niñas, sino aprender a quererlas por lo que son, a pesar de no estar conmigo. Así es como empezó mi duelo por las dos hijas que no vivieron más allá de mi vientre. Así fue cómo nació este blog. 

2 comentaris:

  1. Preciosa, cómo quisiera estar cerquita y darte este abrazo que me nace del corazón y las entrañas para ti.

    Eres una super MAMÁ y una super MUJER... tan sabia, tan transparente y tan cálida. Tus florecitas están muy orgullosas y nosotros encantados de leerte.

    Muchos besos mami, espero leer la historia de tu próximo parto cuando tu hijito(a) se quede contigo.


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  2. Muchísimas gracias por leerme, por acompañarme, por las palabras bonitas que siempre tienes hacia mí y mis pequeñinas, por tus buenos deseos...

    Yo os deseo también lo mejor: ese bebé que te elija como mamá y se quede a recibir todo vuestro amor.

    A pesar de las distancia tu abrazo se recibe igual. Te mando otro bien grandote.

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